sábado, 11 de mayo de 2013

Mirarse a los ojos


Se miraron a los ojos como hace tiempo no se miraban.  ¿En qué habían estado ocupados? ¿Cómo fue que estaban tan distraídos para ni siquiera mirarse con detenimiento? Hace unos años no podían pasar unas horas sin desear estar más tiempo juntos, pero ahora parecía que el fuego que sintieron ya no ardía. Sus ojos se llenaron de lágrimas, y en sus bocas se atragantaron las palabras.
La luz se había cortado. La televisión ya no se interponía entre ellos. El silencio reinaba. Estaban ellos solos. Unas velas improvisadas para ver en la oscuridad. El silencio incomodaba. El momento perfecto, el instante preciso, la oportunidad necesaria para redescubrirse, para volver a encontrarse, para volver a amarse.
¿Cómo habían dejado que lo cotidiano les robara el encanto, la pasión, el deseo de jugarse el uno por el otro? Pero ahí estaban nuevamente, tendiendo puentes, acortando distancia.

En aquel tiempo, entró Jesús en un pueblo; y una mujer, llamada Marta, le recibió en su casa. Tenía ella una hermana llamada María, que, sentada a los pies del Señor, escuchaba su Palabra, mientras Marta estaba atareada en muchos quehaceres. Acercándose, pues, dijo: «Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola en el trabajo? Dile, pues, que me ayude». Le respondió el Señor: «Marta, Marta, te preocupas y te agitas por muchas cosas; y hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola. María ha elegido la parte buena, que no le será quitada». Lucas 10, 38-42

El amor es una decisión. La decisión de poner siempre al amado en primer lugar. María que escucha a los pies del Señor, es la imagen perfecta del enamorado, porque para ella lo más importante es escuchar a su maestro.
Marta recibe a Jesús en su casa, pero no sabe poner prioridades en su vida. Está ocupada en hacer muchas cosas, sin darse cuenta que en ese momento la prioridad es otra.
Sucede con frecuencia que el noviazgo y mucho más en el matrimonio, nos olvidamos cuales son nuestras prioridades. Nos afanamos haciendo un montón de cosas, y descuidamos lo que tendría que ser más importante para nosotros, descuidamos a nuestras parejas. Para María bastaba con tener a Jesús en su casa. Para muchos la otra persona se convierte en un trofeo que costó conseguir, pero una vez ganado lo ponen en una repisa para contemplarlo y dejan a su amor ahí llenándose de polvo.  Nos olvidamos que cada día tiene que ser una nueva conquista, nos olvidamos que cada día debe ser como la primera vez o mucho mejor, nos olvidamos de que el amor no es un trofeo que se gana de una vez y para siempre, sino que es una carrera con muchas postas.
Se trata de dedicarse un tiempo. Un tiempo de pareja. Se trata de tener un tiempo para los dos. Esto no significa mirar juntos una película, o salir a comer sin que haya una comunicación verdadera entre los dos. ¿Han visto a muchas parejas que están comiendo pero cada uno observa su celular, o mira para otro lado y durante la cena no se dirigen la palabra? Eso no es compartir tiempo. Compartir tiempo significa entrar en la intimidad del otro, es abrir el corazón para que el otro pase.
Tampoco se trata de la cantidad de tiempo. Sino de la calidad. María no puede, ni debe permanecer eternamente sentada a los pies del Maestro escuchando. También en algún momento le tocará ayudar en las tareas de la casa. También a nosotros nos tocará trabajar, limpiar la casa, cuidar a nuestros hijos, o estudiar. Tener un tiempo de calidad, no significa dejar de hacer todas esas cosas, sino que se trata de establecer prioridades, se trata de hacernos un tiempo para compartir.
A menudo escucho a parejas, novios y personas decir que no tienen tiempo. Y la verdad, es que a nadie le sobra tiempo, pero mucho menos nos va a sobrar sino planificamos nuestro tiempo. Debemos fijar un tiempo, planificarlo y respetarlo. Cuando uno quiere encuentra los medios, cuando no encuentra escusas. Hay gente que espera el momento perfecto, sin darse cuenta que se trata de tomar el tiempo que tenemos para hacerlo perfecto.
Planificar y respetar el tiempo, significa que voy a fijar mis otros planes, proyecto o tareas en función del tiempo de calidad que quiere dedicarle a mi pareja. No debo dejar que otras actividades me quiten ese tiempo preciado y necesitado. La lectura termina diciendo: “María ha elegido la parte buena, que no le será quitada”.
Cuando optamos por la mejor parte, por pasar tiempo con nuestra pareja, este tiempo de ninguna forma nos será quitado.

Andrés Nicolás Obregón 

sábado, 27 de abril de 2013

El noviazgo necesita un control cada 5 mil kilómetros.

En aquel tiempo, dijo Jesús: «Entonces el Reino de los Cielos será semejante a diez vírgenes, que, con su lámpara en la mano, salieron al encuentro del novio. Cinco de ellas eran necias, y cinco prudentes. Las necias, en efecto, al tomar sus lámparas, no se proveyeron de aceite; las prudentes, en cambio, junto con sus lámparas tomaron aceite en las alcuzas. Como el novio tardara, se adormilaron todas y se durmieron. Mas a media noche se oyó un grito: "¡Ya está aquí el novio! ¡Salid a su encuentro!" Entonces todas aquellas vírgenes se levantaron y arreglaron sus lámparas. Y las necias dijeron a las prudentes: "Dadnos de vuestro aceite, que nuestras lámparas se apagan." Pero las prudentes replicaron: "No, no sea que no alcance para nosotras y para vosotras; es mejor que vayáis donde los vendedores y os lo compréis." Mientras iban a comprarlo, llegó el novio, y las que estaban preparadas entraron con él al banquete de boda, y se cerró la puerta. Más tarde llegaron las otras vírgenes diciendo: "¡Señor, señor, ábrenos!" Pero él respondió: "En verdad os digo que no os conozco."Velad, pues, porque no sabéis ni el día ni la hora".  Mateo 25, 1-13



El último feriado largo de semana Santa, aprovechamos con mi esposa para viajar a Córdoba y reencontrarnos con su familia. Desde hace más de un año que tenemos auto y para mí fue descubrir un nuevo mundo. Tuve que aprender a manejar, y en ese aprendizaje cometí algunos errores: ¡dos o tres raspones! Una de las cosas que más me cuesta es dedicarle tiempo al auto, tiempo para limpiarlo y tiempo para controlarlo.  Es así que nos fuimos, conduciendo más de 800 kilómetros. El viaje fue sin sobresaltos, todo tranquilo.
Cada vez que llegamos a Córdoba, mi suegro se encarga de preguntarme si le inflé las ruedas, si lo llevé a controlar, si le medí el aceite. Un día antes de salir, yo había llevado el auto al técnico para que me lo controlara, pero no tenía ningún turno libre.
Ya que estaba mi cuñado y él sabe más que yo de autos, me ayudó a controlarlo. Gran sorpresa nos llevamos cuanto medimos el aceite. Estaba seco. Sí, completamente seco, ni  una gotita de aceite. Yo le dije un poco nervioso: “¡Cómo que no tiene aceite, si no me marcó ninguna lucecita de alerta!”. Después me enteré que si la lucecita se prende es porque ya está en las últimas y en muy probable que ya no haya nada que hacer, ¡es muy probable que se funda el motor!
Lo que aprendí de esa experiencia es que no debo posponer el control cada 5 mil kilómetros y que no debo esperar a que el tablero me marque con una lucecita roja que me falta aceite.
Lo que me pareció extraño es que el auto anduvo bien en todo el viaje, que ni me dí cuenta que algo raro pasaba.
Ahora bien,  ¿No pasa algo semejante en los noviazgos, y mayor aún en los matrimonios?
Tal parece que una vez que conquistamos al amor de nuestra vida, una vez que aprendimos a “manejarnos” viviendo con el otro, nos olvidamos de que hay que controlarle el “aceite” a la relación. Hay parejas que solamente se preocupan por su relación cuando se enciende la “luz roja”, y en muchos casos cuando la señal de alerta se prende ya es un poco tarde.
Creo que si me quede sin aceite, es porque soy cómodo, porque pienso que nunca nada me va a pasar a mí, porque creo que esas cosas le pasan a otros. Pero, cuando nos acostumbramos a las cosas, cuando nos ponemos cómodos, perezosos en nuestras relaciones estas terminan por debilitarse.
He escuchado muchos casos en donde las parejas dicen frases como esta: “No sé qué pasó, si estábamos bien”. Pero ¿Qué es estar bien? ¿Estar bien es vivir en una tranquilidad aparente, en una paz en donde no se discuten los problemas sino que se los esconde? ¿Eso es estar bien?
El aceite que necesita una relación es el dialogo. Un dialogo abierto y sincero, un dialogo en donde no tengamos miedo a exponer todo lo que nos pasa en la relación.
El aceite que necesita una relación es el tiempo de calidad. No se trata de la cantidad, sino de cómo se aprovecha ese tiempo juntos. Y para que quede claro pasar un tiempo de calidad no es mirar abrazados una película, sino que se trata de conectarse íntimamente con el otro en ese tiempo que nos dedicamos.
Así como busqué ayuda con el auto, recurriendo a mi cuñado. Así también debemos buscar ayudas con personas que saben sobre relaciones, sobre matrimonios, sobre noviazgos. ¡Hay tantos dispuestos a brindarnos una mano en nuestra relación!
No esperemos a que las cosas se pongan difíciles, no esperemos a estar en la última para pedir ayuda, para ponerle aceite al auto.
Si no nos preocupamos por nuestra relación, nadie más lo hará. Lo que no hagas por tu relación no lo hará otro.
Andrés Nicolás Obregón

viernes, 11 de enero de 2013

Fruto del Amor


No se pueden tener hijos para salvar un matrimonio o una pareja. Los hijos no son la solución a ningún problema. No podemos ser tan irresponsables de cargarles a nuestros hijos la difícil tarea de solucionar los problemas de los padres, no podemos ser tan inmaduros para esperar que la llegada de un bebe solucione nuestros problemas. 
Si en la pareja el problema es la falta de diálogo, un bebé no hará que la lengua se destrabe y empecemos mágicamente a contarnos lo que nos pasa. Es más muchas veces si en un hogar hay distanciamiento, hay separación, hay peleas, la llegada de un niño aumentará ese distanciamiento, esa separación, esa falta de comunicación.
La llagada de un niño debería ser fruto de una buena relación, de un diálogo abierto. Hay muchas personas que preparan la llegada de un bebé comprando muchas cosas materiales, pero se olvidan que lo principal para recibir a un bebé es un hogar bien constituido en donde los padres de aman, se respetan y se cuidan.
Somos nosotros los responsables de la búsqueda de nuestra felicidad, no podemos cargársela a otros, y menos a nuestros hijos.

Andrés Obregón